Sin duda que nuestras palabras tiene la capacidad de producir enormes incendios y mucho daño, aunque -sin lugar a duda- también existen infinitas palabras que nutren y sanan. Es un hecho, que nuestro lenguaje nos engrandece o empequeñece, nos convierte en constructores o destructores, en ángeles o demonios, en víctimas o depredadores, en creadores de sueños o pesadillas, dependiendo de su polaridad, positiva o negativa. En liderazgo, al igual que en cualquier interacción humana, el lenguaje puede ser nutritivo o tóxico.
Cuando utilizamos adecuadamente el lenguaje, cuando éste es positivo, nutritivo o sanador, nos hace merecedores permanentes de credibilidad y respeto. Por el contrario, utilizarlo de manera inadecuada, haciendo indebido, soez y grotesco uso del mismo, llenándolo de contenidos emocionales y poco racionales, nos coloca a un nivel muy bajo, alejándonos de nuestra condición de seres humanos y sociales.