Si bien es cierto que el único tiempo seguro y real es el presente, ya que el pasado se fue y el futuro no tiene garantía, muchas decisiones que tomamos en nuestra vida debemos considerarlas por su impacto, costo y beneficio más allá del corto plazo. Todo lo que sembremos eso también recogeremos, es un principio universal, que hace parte hasta de la Biblia.
Es realidad que muchas variables cambian o mutan en el tiempo, por eso el efecto de nuestras decisiones y acciones no siempre está garantizado al 100%, tal cual lo habíamos planificado; pero no hacerlo – o sea no planificar- puede garantizar que ocurran resultados indeseados.
Parece un hecho que lo que hacemos o dejamos de hacer en el corto plazo determina lo que viviremos en el largo plazo. Muchas de las decisiones que tomamos o dejamos de tomar se van haciendo realidad, para bien o para mal, en algún momento del futuro. No obstante, lo cierto es que una decisión en realidad la tomamos con un si, con un no, con un tal vez y hasta con un silencio. Se dice que «Quien calla otorga».
Refería Peter F. Drucker, conocido como el Padre de la Gerencia, que “La planificación a largo plazo no es pensar en decisiones futuras, sino en el futuro de las decisiones presentes”, razonamiento absolutamente válido en las decisiones de negocios, pero también válido para cualquier decisión de vida.
Con frecuencia innumerables “éxitos”, en el corto plazo, se convierten con el paso del tiempo en estruendosos “fracasos”, porque parece que el tiempo es el mejor catador de verdades. Decía el escritor y pensador político francés Barón de Montesquieu que “La verdad en un tiempo es error en otro”. Por su parte, el escritor mexicano Doménico Cieri Estrada considera el tiempo como un digestivo, porque ayuda a facilitar la digestión de muchos procesos de vida.
Cantidad de complicaciones, enredos y dolores de cabeza de hoy son resultado de lo que creímos “buenas” decisiones tomadas en el pasado, tal vez cargadas de una inadecuada mezcla entre optimismo, facilismo, comodidad, interés y espejismo, y sazonadas con apuros y urgencias. Pensar y re-pensar antes de decidir y hacer es muy importante, evitando llenarnos de pesimismo, pero aclarando la real necesidad de lo que haremos y los resultados –positivos y negativos- que estimamos obtener en el tiempo.
Debemos combinar adecuadamente nuestras prioridades con nuestras expectativas, definiendo y precisando los recursos de que disponemos y afirmando el compromiso que asumiremos. Es vital acompañarnos de una brújula para definir la ruta, haciendo revisiones periódicas para ver sino han cambiado condiciones que exigen variar el rumbo o realizar otros ajustes. Cuando transitamos por la vida paso a paso, sin correr, iremos disfrutando la aventura de vivir y nos vamos convirtiendo en quien soñamos ser, no solo en lo que queremos hacer y tener.
Es necesario considerar y precisar límites y estrategias de salida cuando iniciamos nuestros proyectos de vida y de negocios, para evitar permanecer atrapados en algo –que hoy día reconocemos- que no tiene buenas perspectivas ni siquiera a mediano plazo. Recordemos que puede ser fácil involucrarse en algo, pero no siempre es fácil retirarse a tiempo.
En oportunidades nos preguntamos con dolor, rabia e indignación porque ha ocurrido algo inesperado y desagradable en nuestra vida, que acabó con nuestros planes. Tal vez, quedaron variables sin considerar cuando planificamos. Al respecto el filósofo español Fernando Savater, considera que “Solo mi ignorancia de cómo están (o estaban) las cosas en el momento A justifica que me sorprenda de lo que pasa luego en el momento B”.
En otras muchas oportunidades, por ignorancia, interés o comodidad, asumimos el rol de espectadores, cuando –en realidad- debimos asumir el de actores, con un rol protagónico. Tal vez, en el corto plazo, podríamos considerar que nos está yendo bien –o hasta muy bien- jugando el rol de espectadores, pero son los resultados del futuro quienes ratificarán si nuestra decisión fue buena en el largo plazo.