No solo el líder debe comprender la afirmación del título de este artículo, es importante que todos comprendamos esa realidad. Las raíces de los problemas son necesidades insatisfechas y no resueltas. En la necesidad insatisfecha es el lugar donde encontramos el nacimiento y evolución del problema. Generalmente, vemos o percibimos el problema cuando ya es un problema, y sus consecuencias o efectos comienzan a impactarnos.
Muchas veces, lo primero que hacemos, es tratar de definir el problema tomando como referencia otro problema, lo cual conlleva el riesgo de que se nos escapen las raíces o causas que originaron el problema inicial, y a partir de allí, podremos girar continuamente en el tiempo sobre síntomas, efectos y consecuencias, sin poder resolver lo que desconocemos.
Las inquietudes, malestares y carencias de la necesidad van evolucionando en el tiempo, llevando la necesidad a la categoría de problema, con diferentes grados de impacto, complicación y consecuencias.
Es importante comprender, pero sobre todo, tener conciencia que el desarrollo de un problema es un proceso, que requiere evolucionar en el tiempo; por tanto, no es un punto en el espacio ni un momento en ese tiempo. “El problema del problema” radica en que solo llegamos a percibirlo cuando se hace visible a simple vista, cuando ya es de verdad un problema, y comenzamos a sentir su impacto y consecuencias, como dijimos líneas atrás.
Realizar un análisis integral y profundo de las necesidades, considerando la evolución de las mismas en el tiempo, permitirá encontrar relaciones entre éstas, haciendo posible pronosticar –cuan pitonisa o adivinadora- eventos y problemas futuros. Este rol debe estar en manos del líder o de su cercano entono, para poder atender la situación antes que se haga necesario trabajar con un problema.
La evolución y desarrollo de los problemas requiere de tiempo, esa es su principal variable, la cual dependiendo del tipo de proceso puede ser más o menos lenta, pero nunca tan rápida como creemos. Muchos procesos, entre ellos, los procesos sociales evolucionan o involucionan en años, décadas y hasta siglos. Como referencia, en procesos más personales e individuales, por ejemplo, en una relación de pareja debemos reconocer que ésta se consolida o deteriora en el tiempo; igualmente, una carrera profesional sólida se construye en el tiempo.
Para quienes siempre andan por el carril de lo urgente y buscando atajos, es importante advertir que los procesos no pueden acelerarse ni retrasarse sin dejar vacíos, distorsiones ni futuras consecuencias; la naturaleza nos da innumerables ejemplos, tales como las estaciones del tiempo invierno, primavera, verano y otoño, que tienen esa secuencia.
Es un hecho, que lo que cambia como un proceso requiere de un nuevo proceso para revertirlo, entonces requeriremos tiempo para lograrlo. En los procesos de reversión de algún cambio, que consideramos necesario para resolver un problema, luego de comprender y resolver la necesidad que lo originó, también requeriremos aceptar que muchos aspectos originales de la situación nunca volverán al estado o condición anterior, porque el cambio en esos aspectos es para siempre, no es totalmente reversible. Es allí cuando el cambio ha llevado a una transformación, que no tiene vuelta atrás.
Usualmente, percibimos los procesos de cambio como “acelerados”, pero lo que en realidad sucede es que –generalmente- se rompen de manera violenta y brusca luego de desarrollarse por algún tiempo bajo silentes pero continuas presiones, que multiplican sus efectos. Un terremoto puede ocurrir hoy, pero es –entre otras causas- resultado del movimiento lento y continúo por años de las llamadas capas tectónicas, así como de otras variables que pueden acelerar o retrasar el proceso. Lo mismo ocurre con los procesos sociales y humanos.
Cuando comprendemos que todo cambio –positivo o negativo- tiene un proceso evolutivo, que requiere tiempo, se hace más fácil comprender las relaciones de causa y efecto. Es fácil reconocer los efectos, porque percibimos y sentimos las consecuencias y los síntomas de los mismos, pero no es igualmente fácil reconocer las causas o raíces que los originaron. En muchos casos, parece haber un rechazo a reconocer las causas del problema, quizá porque es doloroso, y nos llevaría a considerar que debemos aceptar nuestros errores o a cuestionar nuestras propias creencias, paradigmas y actitudes. Y, finalmente a reconocer que somos y hemos sido parte del problema y –cuando menos- co-autores del mismo.
El filósofo y escritor colombiano Nicolás Gómez Dávila, afirmó que “Nada más peligroso que resolver problemas transitorios con soluciones permanentes”, lo cual es absolutamente cierto. Pero desde otro ángulo, debemos tomar con cautela las soluciones transitorias o parciales, porque en muchas oportunidades éstas van dirigidas solo al síntoma y –por tanto- pueden ocultar las causas o raíces del problema, produciendo la sensación de que todo ha vuelto a la “normalidad”, mientras que en realidad el problema avanza en su silenciosa evolución, hasta que estalla de nuevo con peores consecuencias.
Adicionalmente, para resolver los problemas es válido considerar la famosa frase del reconocido Albert Einstein, quien afirmó que “Los problemas significativos que enfrentamos no pueden resolverse en el mismo nivel de pensamiento que teníamos cuando los creamos”. Si nosotros no hemos cambiado, evolucionado o transformado con la vivencia e impacto del problema, con toda seguridad continuaremos tratando de resolverlo desde el mismo viejo esquema de pensamiento, con el cual lo creamos, por lo que no funcionará la solución y el problema tomará más fortaleza en el tiempo.
Sin lugar a discusión, la mejor manera de resolver potenciales problemas es anticiparlos, reconociendo las necesidades y variables involucradas, de manera tal de encontrar alternativas de solución cuando son incipientes y apenas dan sus primeros pasos. El hecho de que muchas cosas parezcan estar bien, desde nuestra percepción y perspectiva, no significa que estén marchando necesariamente bien desde la percepción y perspectiva de otro u otros.
Tanto el líder como sus seguidores, deben reflexionar y cuestionar sus perspectivas e interpretación de los problemas que requieren resolver, tratando de buscar las raíces y causas de los mismos, sin dispersarse en sus consecuencias y síntomas.
Para concluir, tengamos presente que “El problema no siempre es el problema”. O como expresa una cita atribuida al personaje de ficción de la serie Piratas del Caribe Jack Sparrow, que nadie sabe cuándo la dijo, pero que deja un válido mensaje: “El problema no es el problema. El problema es tú actitud acerca del problema”. La precisa definición del problema –comprendiendo sus variables, actores, evolución e interacciones- es vital para un líder, porque es un insumo clave para cumplir con su principal responsabilidad: “Definir la realidad”, según lo expresó el especialista en liderazgo Max DePree.