El ego, concepto que todos conocemos, podemos definirlo –de una manera sencilla- como “La idea que tenemos de nosotros mismos”. Sin embargo, el ego no siempre es un yo verdadero, no siempre representa nuestra precisa ni auténtica descripción, simplemente es el concepto que hemos construido cada uno de nosotros durante el paso del tiempo, de niños a adolescentes y de allí a adultos.
Lo cierto es que el yo o ego, como es mejor conocido, se construye basado en referencias externas, de otros y del entorno. Por tanto, generalmente, es una distorsión de lo que somos y de nuestra realidad. El exceso de ego, uno de sus extremos, se acompaña de una visión distorsionada o desvirtuada de nuestras características y cualidades, mayormente intensificadas y exageradas.
El ego nos lleva a considerar que nuestra idea o proyecto está por encima de todo lo demás. Ese tipo de líder, que pierde la real perspectiva, hace de su personalidad el centro de atención y pretende que todo gire a su alrededor. Su perturbado ego hace que pierda contacto con la realidad, creando e imponiendo la suya propia. Estas características no son exclusivas de los líderes políticos, podemos observarlas en líderes de todo tipo de organizaciones e instituciones.
Ese aparente exceso de autoestima, común en muchos líderes, les convierte en individuos de fuerte y explosivo temperamento, quienes por ilimitada confianza en sí mismos les lleva a ser arrogantes y –literalmente- patanes. Pero, la realidad es todo lo contrario, porque un fuerte ego es compañero de una baja autoestima. Por lo cual este tipo de líder requiere reforzar su estima criticando, desvalorizando a otros e imponiendo sus puntos de vista.
Pero es justicia reconocer que en la historia de la humanidad y, algunas veces, en líderes cercanos a nosotros, muchos de ellos han podido manejar adecuadamente su ego, logrando gestiones en beneficio de todos sus seguidores y su entorno, marcando profunda y positiva huella. No obstante, parece que no son la mayoría, porque hay más ejemplos de líderes negativos que de buenos líderes. Tal vez, la publicidad de los buenos es menos sonora.
En ese liderazgo negativo, quizá todo comienza con un individuo de apariencia normal, con deseos de alcanzar un sueño, pero lleno de conflictos internos, de capítulos abiertos en su vida que no han sido debidamente cerrados. Casi sin darse cuenta, ese individuo al asumir el poder del liderazgo va cambiando por el camino, transformándose hasta convertirse en alguien – posiblemente – muy distinto a quien soñó. El autor y orador motivacional estadounidense Jim Rohn, nos decía que “La pregunta más importante en las diferentes etapas de nuestra vida, no es ¿Qué estoy consiguiendo?, sino ¿En qué me estoy convirtiendo?”.
Entonces, tras ese ahora nuevo líder comienza a aparecer un individuo que permaneció oculto, pero en cuyos –ahora visibles- rasgos, encontramos un manipulador e impulsivo, resistente al cambio, que confunde medios con fines y cuya visión de líder se diluye en sus rasgos e intereses personales. No acepta sus limitaciones, no es asertivo ni empático.
Para muchos individuos uno de los elementos más difíciles y complejos de manejar es el poder, en los líderes esta afirmación también es una realidad. Tanto así que, hace más de dos milenios, el gobernante y sabio griego Pitaco de Mitilene afirmó “Si queréis conocer a un hombre, revestidle de un gran poder”. El poder y todo lo que le rodea parecen trastornar y transformar a quien lo lleva. Cuando el poder es total, el deterioro es total. Al respecto, el historiador inglés Lord Acton, expresó “El poder tiende a corromper, el poder absoluto corrompe absolutamente”.
Sin duda, que un razonable, balanceado y equilibrado nivel de ambición es característica indispensable en un líder, para poder motivar a sus seguidores; pero cuando el ego toma el control, esa ambición puede crecer ilimitadamente, perdiendo contacto con la realidad.
Entonces, ocurre que el líder construye su propia realidad, los objetivos y metas dejan de ser comunes, el liderazgo se transforma en autocrático y desaparece la inclusión, participación y cooperación, junto a la desaparición del estimulo a la creatividad e innovación. El líder comienza a escucharse solo a sí mismo y a rodearse de individuos que solo le dicen lo que quiere escuchar, aislándose de todo y de todos.
Todos hemos tenido experiencias con individuos en posiciones de liderazgo, en lo político, laboral o social, a quienes el ego les transformó del tal manera que desvirtuaron sus sueños, planes y proyectos, convirtiendo todo en una mentira que termina auto-destruyéndolos y produciendo irreparable daño a países, sociedades y organizaciones. Un sano liderazgo debe estar enfocado en el servicio a la gente desde la perspectiva y necesidades de la gente, no desde el ego del líder. El líder debe cuidarse de su propio ego, porque allí está uno de sus peores enemigos.
MAT / Septiembre 06, 2016.
Este gran articulo del autor Miguel Teran nos revela una gran verdad sobre el perfil de un líder y no tenemos que ir muy lejos para ver los que está pasando en la contienda electoral de nuestro país Estados Unidos, para ver los egos.
Los grandes lideres trabajan en su ego y saben reconocer sus fortalezas y debilidades.
Muy buena reflexión.
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