El efectivo liderazgo no debe evaluarse –de ninguna manera- solo en base a los resultados, logros, impacto y efecto del líder durante su período de gestión, ni mucho menos por decisiones y acciones puntuales, sino principalmente en los resultados y consecuencias futuras y posteriores a su gestión de liderazgo.
Tomar algunas decisiones y acciones para conseguir resultados inmediatos -a corto plazo- puede ser tarea fácil, pero en busca de lo inmediato el líder puede estar empeñando o endeudando el futuro.
Cuando los logros de algún líder desaparecen junto al líder, una vez concluida o finalizada su gestión, me atrevería a afirmar que su liderazgo –de alguna manera- fracasó.
En este artículo no pretendo juzgar si el líder, durante el tiempo que duró en su posición, fue “bueno” o “malo” para sus seguidores, la sociedad, la organización, etcétera, ya que este tema sería complejo de tratar en cortas líneas y desvirtuaría la idea de este artículo. Tampoco pretendo valorar el liderazgo posterior a su gestión, simplemente evaluar si las decisiones y acciones del anterior líder, buenas o no, continúan vigentes y “desarrollándose” en la misma línea, luego de su retiro –por cualquier razón- del liderazgo activo.
Es por ello, que uno de los mejores ejemplos del resultado o efectividad de la gestión de un líder, una vez concluido su período de liderazgo, es quien lo sustituye. En corporaciones y empresas un buen líder debe formar a su potencial sucesor. En el mundo político juegan otras reglas para la búsqueda de sucesores.
Lo cierto parece ser que si a un líder lo sustituye otro líder quien sigue e inclusive “mejora” su gestión, sin juzgar si esta es buena o mala, podríamos afirmar que su liderazgo logró su cometido. Si por lo contrario, el nuevo líder toma otras rutas y destruye o elimina lo que el anterior había construido, podríamos considerar que –de alguna manera- la gestión del anterior líder fracasó.
La realidad es que en el mundo político –y con menos frecuencia en el organizacional- mucho del trabajo que realizan los líderes durante su gestión es –literalmente- destruido por quienes los sustituyen. En lo político –tristemente- esto parece una regla o principio universal, que debe cumplirse, especialmente cuando el nuevo líder es de la tendencia política contraria. Es práctica común, que un nuevo gobierno dedique -en cualquier lugar del mundo- parte importante de su tiempo de gobierno “criticando” y “destruyendo” lo que hizo el anterior gobernante o partido político que llevó las riendas, muchas veces sin analizar las razones –de lo que se hizo- ni considerar sí éstas fueron válidas o no.
Un líder puede negar la responsabilidad sobre quien lo sustituye, de hecho es común que ello ocurra, especialmente cuando el nuevo líder hace cosas diferentes o las mismas cosas de manera diferente al anterior. Pero es innegable que la gestión del anterior líder «procrea y concibe» a su sustituto, y en algunos casos –particularmente malos- diríamos que engendra, hablando de esos “Líderes Engendros” que han dejado dolorosa huella en organizaciones, instituciones, empresas y sociedades a través de los tiempos.
Es un hecho que un particular estilo de liderazgo, cualquiera que éste sea, crea o destapa diferencias, rivalidades, etcétera, en ciertos grupos contrarios, que lucharán por eliminar esas decisiones y acciones del líder que consideran les afectan, más aún cuando ha habido un cambio de liderazgo que favorece estas modificaciones.
En otras palabras, algo falló o no funcionó cuando quien toma el liderazgo “camina en contravía” con la gestión del líder anterior. Parece un hecho, que las carencias o necesidades no cubiertas en la gestión del anterior líder, así como los desequilibrios, desbalances y sesgos de sus decisiones y acciones generaron la búsqueda de un nuevo liderazgo u horizonte que “cambie las cosas”, aunque solo el tiempo dirá si ese viraje y esos cambios serán válidos y positivos a mediano y largo plazo, porque a corto plazo -con seguridad- muchos de éstos estarán reflejando solo una reacción o rechazo al anterior liderazgo y sus acciones.
Sin tomar posiciones extremas, porque los extremos son los que nos llevan a ese liderazgo político de ping-pon, el nuevo líder deben tener presente que ninguna gestión anterior fue totalmente buena o totalmente mala, todas de alguna manera tienen sus puntos positivos y negativos, son parte de la evolución o involución necesaria para que las cosas cambien, pero sobre todo para que se transformen. Esto significa que un efectivo liderazgo debería tomar en consideración –de la forma más racional y humana posible- lo “mejor y lo peor” de la anterior gestión, para enfocar la nueva gestión, rescatando, eliminando, modificando y creando nuevas alternativas y opciones que den positiva respuesta a las necesidades del sistema y sus integrantes.