Sin lugar a duda que el líder debe ser optimista pero nunca irrealista, debe ser soñador y de pies puestos en la tierra. Pero, sobre todo, el líder debe comprender con clara precisión las necesidades, deseos e intereses de sus seguidores, para canalizarlos y priorizarlos adecuadamente, evitando que falsas expectativas atenten contra los objetivos del proyecto y socaven el compromiso de sus seguidores.
Igualmente, el líder debe conocer todas las variables y las interrelaciones entre éstas, así como los actores involucrados, comprendiendo sus diversos roles y los intereses comunes y particulares. Cuando las necesidades han llegado a extremos, los problemas se hacen visibles a simple vista, y el desespero hace que surjan expectativas de encontrar fórmulas mágicas, que resolverán el problema, valga la redundancia, como por arte de magia. Pero definitivamente, los problemas no pueden resolverse de manera instantánea. Los problemas al surgir como resultado de procesos, con toda seguridad, requerirán procesos para revertirse o cambiar, y el insumo básico de un proceso es tiempo.
El líder debe ser cuidadoso para no convertirse en protagonista de esa fantasía mágica, ni menos aún, en una especie de mesías, que genere en sus seguidores una confianza irreal, atada a expectativas ilimitadas, desmedidas e irracionales. Si el líder no logra gestionar o manejar adecuadamente las expectativas, a los primeros síntomas de fracaso, desvíos o retraso, los seguidores podrían ser atrapados por la desesperanza y la frustración. El líder debe hacer resilientes a sus seguidores, haciéndoles comprender que un proceso tiene etapas altas y bajas.
También el líder debe comprender que cortoplacismo o inmediatismo es enemigo de los proyectos serios y viables en el tiempo. La paciencia es un producto cultural y, por ello, algunas culturas saben administrarla mejor que otras. Haciendo referencia a nuestra cultura occidental, el reconocido periodista y escritor canadiense Carl Honoré (n. 1967), expresa en uno de sus libros: “Paciencia, un artículo escaso en nuestra cultura apresurada”.
En nuestros tiempos la paciencia es una virtud poco valorada, tal vez, hasta criticada. Por el contrario, se valora la acción y respuesta urgente, improvisada en muchas oportunidades, y sin tiempo para considerar todas las variables involucradas y el impacto de éstas en el tiempo. Un sabio proverbio chino refiere “No importa que conozcas la receta, debes también conocer el orden que llevan los ingredientes”; y para ello, debemos respetar ese orden o secuencia requerida y los necesarios tiempos de cada etapa.
Entendamos la paciencia como la capacidad de saber esperar sin desesperar. No significa “cruzarse de brazos” mientras que las cosas ocurren, porque eso sería falta de compromiso, desinterés o indolencia. El líder debe lograr que sus seguidores comprendan que los cambios son resultados de procesos, que requieren tiempo y atravesar etapas para desarrollarse, evolucionar o revertirse.
Otro aspecto importante que el líder debe tener claro -y hacerlo saber a sus seguidores- es que cuando se dan procesos de reversión, nunca se volverá al punto inicial original, porque muchos cambios han conllevado transformaciones irreversibles en gentes, estructuras, sistemas y procesos. En este caso, la expresión española “Borrón y cuenta nueva” sería una utopía.
Y para concluir, ratifiquemos que sí bien es cierto que las expectativas positivas son combustible para motivar, también es cierto que inadecuadas o irreales expectativas tendrán el efecto contrario, y el líder debe gestionarlas adecuadamente para poder llevar a feliz término el objetivo planteado. La actitud de los seguidores juega un rol vital en este proceso de expectativas y realidades, para lo cual requieren estar adecuadamente informados a fin de evitar fanatismos que desemboquen en irracionales acciones o en frustración y desesperanza.