
Como ciudadanos debe preocuparnos la cada vez más visible fractura y polarización en las sociedades, problema real y vigente en diferentes lugares del mundo, que impide a las sociedades encontrar puntos medios y de equilibrio, vitales para poder evitar y resolver los problemas actuales.
Si bien es cierto que en los últimos años esta tendencia, acompañada de liderazgos populistas, tanto de derecha como de izquierda, se ha acrecentado, debemos estar claros que esta fractura y polarización son resultado un largo y sostenido proceso de deterioro social, económico y político, en muchos casos con recurrencia durante décadas; y en otros, arrastrando problemas -literalmente- históricos.
Las sociedades – en diferentes lugares del mundo- han crecido con desequilibrios y distorsiones, que se han hecho cada vez más marcadas y perceptibles. Las diferencias, desigualdades e injusticias son visibles a simple vista. Las zonas marginales crecen geométricamente, inclusive en “países desarrollados o del primer mundo”, la pobreza es una realidad visible y palpable.
La clase media, vital punto de encuentro y transición entre la clase baja y la clase alta ha venido desapareciendo aceleradamente, no precisamente por ascender en la pirámide social, sino por descender para fusionarse o convertirse en parte de estratos sociales más bajos, lo cual ha achatado y agrandado más la base de la pirámide social, mientras que el vértice superior se mantiene reducido; por ello, cada vez parece menos una pirámide porque perdió sus dimensiones de equilibrio. Ya es más un rectángulo con una pequeña pirámide en el centro.
La «desigualdad de oportunidades», quizá la que más impacta el equilibrio social, es una realidad demostrada cuando observamos que cada vez más el ascenso social, posible en otros tiempos, se ha convertido en una utopía en estos tiempos. De hecho, muchos de nosotros podemos dar fe, entre los cuales me incluyo que quienes provenimos en el pasado de familias más pobres y con menos educación formal de nuestros padres, tuvimos oportunidades reales que nos permitieron formarnos y escalar mejores posiciones en la pirámide social.
Sin embargo, hoy día -y desde hace bastante tiempo- escalar socialmente, como mencionamos en el párrafo anterior es una utopía para la gran mayoría. Especialmente en países pobres, donde -literalmente- las únicas vías de escape de la pobreza son alcanzar un puesto político, entrar en negocios turbios o convertirse en un deportista de primer nivel.
Quizá algunos consideren que han podido lograr, con trabajo y ahorro escapar de la pobreza, cosa que parece cierta, pero el precio de ese escape es permanecer luchando día a día para no perder lo logrado. La llamada «Libertad o Independencia Financiera» solo se hace realidad cuando tenemos ingresos de dinero que no dependen del tiempo que invertimos para conseguirlos, es el dinero quien trabaja para la persona. Esta situación definitivamente no aplica a la mayoría de la población, quienes deben trabajar diariamente para poder vivir o apenas subsistir.
En algunos países, se reconoce estadísticamente, que porcentajes significativos de familias se encuentran apenas a un par de pagos de cheques de nómina -no recibidos- para declararse insolventes y hasta en quiebra. La espada está permanentemente en el “cuello”. La probabilidad que esta triste historia se repita en las nuevas generaciones parece total.
Sin embargo, para muchos aún sigue vigente esa arraigada creencia de que “se requiere trabajo, lucha y esfuerzo para lograr las metas”, cosa cierta a medias, pero no siempre esa fórmula funciona. Si funcionara la pobreza iría en reducción, por lo contrario, va en aumento. Puedo dar fe de mucha gente pobre muy trabajadora, pero que con todo ese esfuerzo y los escasos ingresos no pueden salir de su círculo de pobreza.
Debemos estar claros que cuando la desigualdad se consolida, esa «desigualdad de oportunidades» que mencionamos atrás, hace que el realismo nos despierte de un sueño que cada vez está más cerca de convertirse una pesadilla, porque en la desequilibrada búsqueda de ese sueño destruimos parejas y familias que son la base de las personas y de la sociedad. Las desigualdades extremas, si no nos detenidas a tiempo, harán “Metástasis Social” generando conflictos que impactarán gravemente la economía, la política y las sociedades en general.
Cuando la desigualdad de oportunidades se hace vigente y activa en una sociedad, la clase o estrato social en el cual nacemos es un elemento vital para hacer realidad o no nuestro progreso social. Por ello, cada vez más menos personas pueden escalar la pirámide social desde el fondo a la cúspide, pero esos pocos casos de ascenso económico y social -que son más la excepción que la regla- son tan publicitados, retomando y parafraseando las palabras del Premio Nobel de Economía Joseph E. Stiglitz, que terminamos creyendo en la vigencia y viabilidad de oportunidades.
No se necesitan programas de dádivas para las personas o grupos de menores recursos económicos, porque en realidad lo que se necesitan son programas para brindar y garantizar a esos estratos sociales oportunidades reales de desarrollo y progreso humano, social y económico. Es por esta razón, que solo la activa intervención del estado, tomando el rol que realmente le corresponde, para actuar como ente generador de balance y armonía en la sociedad propiciará los necesarios cambios y transformaciones, creando y garantizando oportunidades de desarrollo y progreso reales para todos sus ciudadanos, disminuyendo así los actuales desequilibrios e injusticias, para lograr que nuestras personas y sociedades prosperen armónica e integralmente.