Ahora, una Tercera Guerra considerando la capacidad de alcance, la cantidad y la potencia de destrucción que tiene las armas atómicas, debería recibir el calificativo de mundial porque impactará a nuestro planeta. Ello podría significar que las principales ciudades del mundo pudieran convertirse en otras Hiroshima y Nagasaki, con la diferencia que el número de muertos de esas dos ciudades en el año 1945 se ha estimado entre 100-200 mil, mientras hoy día en una nueva Guerra Mundial las muertes acumularían varias decenas de millones. Y, de más estaría decir, que las consecuencias sería catastróficas para el planeta y la humanidad. La devastación y el exterminio de vidas sería inimaginable, hasta para las peores pesadillas.
Entonces, una tercera guerra posiblemente no funcionaría con grandes batallas, desembarcos navales ni actos de heroísmo, porque sería una guerra básicamente nuclear. Y todos los continentes podrían vivir la experiencia de recibir el impacto de bombas atómicas en su territorio. En esta nueva guerra “la pelea no será en la casa del vecino, porque las bombas caerán también en nuestras casas”.
Después de este evento -sin lugar a duda- el planeta quedaría en muy malas condiciones, con un ambiente contaminado por radiaciones que se extenderán por todos los lugares y la humanidad retrocedería muchos años en sus avances, porque apenas sobrevivir y reparar -si el daño es reparable- llevaría algunas cuantas décadas.
Años atrás un amigo me recomendó, hablando de conflictos que “Es mejor un mal arreglo que un buen pleito”. Poner en práctica esa consideración o filosofía de evitar los conflictos exigirá que reflexionemos y cuestionemos nuestras propias creencias y paradigmas, poniendo a un lado los extremos y abriendo espacios a puntos medios, donde florecerán alternativas y opciones de acuerdo y negociación.
En un conflicto de cualquier magnitud todas las partes involucradas -directa o indirectamente- tiene su alícuota de culpa y la verdad no le pertenece a nadie, porque todos tenemos algo de razón. Intentar comprender otros puntos de vista, buscando puntos medios parece una alternativa más sensata, porque sin duda -como seres humanos- es más lo que debe unirnos que lo que nos separa.
Sin embargo, para que ello se convierta en realidad el mundo requiere que líderes y ciudadanos nos desprendamos de la ignorancia, de la insensibilidad y tomemos conciencia, para reconocer con urgencia, que muchas cosas deben cambiar y que en una nueva guerra de esas dimensiones todos los seres humanos -sin excepción- perderíamos.
Desgraciadamente, los estadistas en estos tiempos son una especie en extinción. Referimos como estadista a esos líderes políticos y de gobierno que no solo tienen conocimientos, sino que saben utilizarlos con sabiduría y conciencia, desprendiéndose de sus propios intereses, de los intereses partidista o nacionalistas, mientras priorizan el Logro del Bien Común.
Una válida definición de lo que significa un estadista la expresó genialmente Sir Winston Churchill, el reconocido político y estadista británico, cuando dijo “El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”.
No obstante, los políticos y gobernantes de hoy buscan -con sus decisiones y acciones- resultados inmediatos, sin consideraciones a sus efectos a mediano y largo plazo. Basados con miopía en determinadas creencias y paradigmas, pero con la idea de beneficio a corto plazo para ellos mismos y sus respectivos grupos. Debemos reconocer que detrás de todo conflicto armado existen innumerables intereses económicos y de poder, que deben ponerse a un lado para abrir opciones de negociación en beneficio de todos.
Entonces, requerimos individuos en posiciones políticas y de gobierno cuyo verbo sea de diálogo, en búsqueda de soluciones. No individuos de verbo amenazante ni intimidante que torpemente intenten «apagar incendios con gasolina». El mundo requiere auténticos líderes que sean capaces no solo de estimar el corto plazo de sus decisiones y acciones, sino que tengan la visión para proyectar resultados o consecuencias a mediano y largo plazo. Y, sobre todo, que sean capaces de sensibilizarse ante tantas y dolorosas realidades, para poder flexibilizar sus decisiones y acciones.
En este momento, el objetivo de todos los ciudadanos del mundo debe ser exigir a los líderes locales, nacionales y mundiales la generación de opciones, para evitar una nueva confrontación de inimaginables dimensiones y consecuencias. No anticipemos el apocalipsis.
Miguel A. Terán
Marzo, 22, 2022.
Me parece muy bien arreglos, pero cuando tenemos una administración comprometida y miopía los resultados son predecibles. Cuando tenemos líderes que por décadas han permitido a países no alineados que promuevan el terrorismo y se armen de misiles nucleares y armas biológicas que amenazan existencialmente a vecinos y al globo no ayudan a prevenir una guerra mundial. Cuando tenemos potencias que establecen y financian bases donde se promueven organizaciones radicales para atacarse mutuamente no pueden haber arreglos que terminan siendo soluciones temporales. Lo que se necesitan son líderes que busquen el bienestar de sus pueblos y el respeto constitucional de las naciones, algo que por conveniencia de intereses financieros no les conviene a un grupito de élites internacionales que solo buscan y promueven las guerras especialmente las mundiales para poder culpar a otros por sus propios errores y pecados. La Paz a través de la fuerza y las buenas convicciones morales.
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Estimado JM. El tema es complejo pero desgraciadamente parece liderizado por la guerra, real o imaginada, esta última basada en temores ante el eventual ataque enemigo, han convertido a la venta de armamentos en un sustancioso negocio. Ese maligno negocio lo liderizan -en volumen de ventas- a nivel mundial los siguientes países: 1. USA, 2. Rusia, 3. Francia, 4. Alemania, 5. United Kingdom y 6. China. Muchos países priorizan la compra de armamentos sobre otros gastos realmente prioritarios, vitales para el desarrollo y la estabilidad económica, social y política de esos mismos países. Para lograr la meta debe surgir un acuerdo mundial de desarme, que hoy día parece una utopía, porque la lógica indica que nadie tomará la iniciativa de desarmarse mientras sus vecinos continúen desarrollando o comprando armamentos.
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